Ese infinito cielo interior.
That infinite inner sky. Reflexiones sobre Contrapunto. Escenografías de la línea de Silvia Brewda Sceneries of the Line (“Contrapunto. Escenografías de la línea”)
“Estoy seguro de que tanto en el corazón del vacío
como en el corazón de los hombres
hay fuego ardiendo”
Yves Klein
La palabra cielo, la bóveda celeste, de luminosas evocaciones tiene su origen en el vocablo griego koilon: hueco. Es curioso que este fenómenos sublime, objeto de la mirada, la reflexión y el miedo en numerosas religiones, tenga para la cultura occidental un origen semántico cercano al vacío. El cielo es, así entendido, una oquedad, una concavidad. A este espacio disponible, los hombres y mujeres que habitaron la tierra y levantaron sus cabezas para contemplarlo, se lo fue llenando de significados. Cada sentido dado, hablaría menos del cielo en términos objetivos que de las propias proyecciones de aquel que lo nombraba. El cielo, vacío como es, generoso en su mutabilidad de representaciones, puede ser pensado entonces como un espejo de los que lo miran. Como es arriba, es abajo. Como es afuera, es adentro.
Cuando somos invitados a recorrer el universo de abstracciones gráficas de Silvia Brewda, el que se reúne en estas salas del Centro Cultural San Martín bajo el nombre de Contrapunto. Escenografía de la línea, encontramos que esta reciprocidad entre el afuera y el adentro, lo de arriba y lo de abajo, cobra un nuevo sentido. El arte de Brewda, como el de todo artista honesto y comprometido con la práctica, emerge necesariamente de algún sitio inmaterial previo al lenguaje, producido de espaldas a la mente discursiva. En este sentido, comparte ese sitio inmaterial, el de la vacuidad, con el cielo. Esta conciencia creativa del vacío habilita, para el espectador predispuesto, una fuga de ciertos hábitos de percepción adquiridos durante la vida. En las composiciones de trazos moduladas y expresivas, la superposición de tramas, el recurso al hueco y la horadación, en el uso de los sencillos negro y blanco como únicos valores, la artista demuestra que el lenguaje abstracto todavía hoy puede ser esencialmente libre, profundamente humano y, no obstante, abiertamente racional. Lo que parece ser la huella de un cuerpo en acción expresándose sobre la base de impulsivas intuiciones es, en realidad, el resultado de un cuidado y laborioso proceso de producción que incluye la fotografía, el grabado y la composición meditada. Este culto de participación, la sobria intimidad, con la que la artista involucra físicamente sus obras es abierto y espontáneo. Para la artista esta ceremonia comienza con una contienda y sus infinitas tomas de decisiones y acaba siempre cuando se deja ir en la alegría de una nueva pieza terminada, un nuevo mensaje para ofrecer.
La palabra cielo, la bóveda celeste, de luminosas evocaciones tiene su origen en el vocablo griego koilon: hueco. Es curioso que este fenómenos sublime, objeto de la mirada, la reflexión y el miedo en numerosas religiones, tenga para la cultura occidental un origen semántico cercano al vacío. El cielo es, así entendido, una oquedad, una concavidad. A este espacio disponible, los hombres y mujeres que habitaron la tierra y levantaron sus cabezas para contemplarlo, se lo fue llenando de significados. Cada sentido dado, hablaría menos del cielo en términos objetivos que de las propias proyecciones de aquel que lo nombraba. El cielo, vacío como es, generoso en su mutabilidad de representaciones, puede ser pensado entonces como un espejo de los que lo miran. Como es arriba, es abajo. Como es afuera, es adentro.
Si bien las obras que componen Contrapunto. Escenografías de la línea, muestran complejas composiciones donde predominan los grafismos en sus amplias posibilidades, existe un protagonista que lo articula todo desde un lugar antagónico: el vacío. Con los pies en el taller, las manos en la masa, el corazón en la línea y la mente enfocada en perseguir el equilibrio, Silvia Brewda fabricó escenografías de vacíos generadores. Sitios donde los espacios desocupados originan y organizan; dan a ver y convocan. Su estrategia es antagónica, decíamos, porque al superponer obra sobre obra, hueco sobre lleno y línea sobre línea, gana un lugar entredós que antes no era percibido. Reinserta así nuevos sentidos en donde parecía no caber esa posibilidad. El pan, que fue convertido en pasta, y ésta transfigurada en puro símbolo, son observados como nunca antes y son portadores de significados íntimos en su inicio pero universales en su desenlace. Las figuras de su nueva serie de obras nos hacen pensar en órganos y glóbulos, en tejidos y fluidos, en todo un universo microscópico, infinitamente diminuto, pero por completo vital. En la búsqueda de una concordancia armoniosa de voces opuestas, la artista, hace cantar a la línea con una voz gráfica que se desdobla en una y mil modulaciones a la vez. Superpone, horada y reconstruye la imagen. Nos devuelve, en el hecho plástico, el resultado de un largo proceso en cuyo recorrido nunca falto el tratamiento complejo y amoroso de elementos extremadamente sencillos: el trazo, los huecos, el blanco y el negro. Con confianza en estos contrastes más elementales, construyó escenografías de un equilibrio tan efímero como profundo y puso en escena la capacidad del vacío como organizador del espacio plástico. El sentido circula, así, de manera libre entre lo micro y lo macro, recordándonos en un mismo gesto que “como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera”.