Del silencio a la vivencia compartida

Laura Casanovas

El dibujo como forma de pensamiento; la importancia de los procesos creativos; las oportunidades ofrecidas por las técnicas y los materiales; la curiosidad embebida de la dinámica del juego; la retroalimentación entre arte y vida. Son constantes a lo largo de la prolífica trayectoria artística de Silvia Brewda, desde fines de los años 70 hasta la actualidad, entre las cuales hallamos giros y novedades.

Si bien el presente libro recorre su producción de los últimos años, cuando se expande hacia la tridimensionalidad dando lugar a formas elípticas y a la interacción de materiales diversos atravesados por conceptos binarios, este texto con la entrevista a la artista, propone dar cuenta de las particularidades de su poética a lo largo del tiempo.

Silvia cuenta una anécdota reciente sobre un momento cotidiano durante el encierro por la pandemia del SARS-CoV-2, la cual resulta esclarecedora de su mirada. Estaba cocinando una calabaza para la cena, en una de esas jornadas en las cuales el hogar era la totalidad del mundo ante la amenaza exterior de contagio. De pronto, sintió olor a quemado. La calabaza estaba casi carbonizada. Lejos del malestar y de la urgencia por comenzar una nueva comida, le sacó una foto, apreció su forma, textura, colores y aroma. Sólo contaba con lápiz, papel y goma de borrar. El dibujo de la calabaza es parte de la serie En pausa, que tomó la forma de libro de artista. Esa mirada, incluso, frente a la adversidad siempre está presente rescatando oportunidades. En el ensayo Convertirse en otro, Siri Hustvedt señala: “Un carácter de imprenta es redondo o plano. Un pasaje musical puede abrazar y un verso a veces sabe amargo. Estas transposiciones abren vías hacia la alteridad de la obra artística, que es más que un objeto, también son los rastros de una vida.” Una reflexión pertinente para adentrarse en la obra de Silvia.

 

Transformaciones

 

En cada inicio está el silencio generador de un punto y, a partir de allí, la creación. Como especial alquimista, la artista convierte algo en otra cosa sin borrar el origen: lo transforma, lo dota de una nueva perspectiva. Así nació la serie Sin fin que introduce el sistema Braille. En tanto, las formas circulares aparecen por primera vez en la serie Ida y vuelta remitiendo a las células del cuerpo para luego expandir sus significados. El cuerpo constituye una guía fundamental. De joven, además de las artes visuales, Silvia se encaminaba hacia la danza contemporánea. Decidió inclinarse por la primera. Pero lo corpóreo es parte de su obra de diversas maneras.

 

Con frecuencia, nada parece ser dado de una vez y para siempre. La idea de módulo amplía las opciones desde que apareciera en el diseño de azulejos, luego en la composición de murales, en la posibilidad de rotar los trabajos disponiéndolos en sentido vertical u horizontal y en la segmentación de una composición pudiendo conformar conjuntos disímiles con las partes. En la última década, se evidencia el funcionamiento de pares binarios en distintos niveles de la obra a manera de opuestos complementarios para lograr una totalidad en equilibrio.

Y también están las palabras a los costados de un papel o en un cuaderno borrador, acompañando los procesos creativos, como herramienta para conceptualizar, organizar, esclarecer. En los últimos años –sobre todo a partir de la pandemia– la palabra ancla en el terreno de la poesía visual, en tanto grafía y elemento plástico que ocupa y delinea un espacio.

Por último, es necesario destacar las manos de la artista. Ellas trozan, cortan, hilvanan, imprimen, rayan, punzan, rasgan, pasan las páginas de un libro. Sus manos elaboran formas que, como el cuerpo en la danza, bailan y respiran. En su última serie, Mix, las líneas rectas cortadas se curvan, mecen y suspiran alentadas por el viento recordando un haiku de Basho: La suave brisa, / la risa de las flores: / Es primavera.

A Silvia Brewda le resulta sencillo establecer un diálogo genuino y respetuoso. Con la consistencia de la reflexión, el compromiso hacia la tarea por realizar y la emoción de un andar siempre renovado, las definiciones sobre los elementos constitutivos de su obra se vuelven guía y vivencia compartida.

 

Tu trabajo conlleva un proceso creativo que es tan importante como el resultado.  

Los procesos son puntos de partida de gran riqueza pudiendo derivar en una cantidad de obras diferentes. A través de ellos la materia habla. Voy guardando lo que experimento en cajas. De pronto hoy me sirve una cosa y dentro de tres meses otra. La importancia del proceso y de la experimentación se relaciona con haber hecho docencia infantil durante cuarenta años. Estudié bastante pedagogía y aprendí muchísimo enseñando a chicos.

 

El dibujo siempre ha estado presente como forma y pensamiento acompañando técnicas y materiales. Y en la última década hay una rotonda preferencia por la línea curva.

 

Mi primera muestra individual fue en 1978 con dibujos de la serie de las Ataduras, en Galería Ática. En la escuela Manuel Belgrano había elegido pintura, pero pasaba los días en la Asociación Estímulo de Bellas Artes dibujando desnudos. Siempre el dibujo fue algo muy fuerte y la línea tuvo mucho más peso que el color. Además, tuve la fortuna, por ejemplo, de tener como maestra a la gran artista Aída Carballo, en segundo año de la Belgrano, quien me transmitió la sensualidad de la línea. El dibujo puede ser un medio o un fin. Cuando empecé a acercarme al grabado creo que elegí la litografía porque se relaciona más sensiblemente con el dibujo a lápiz. Me interesan la grafía, los puntos, las búsquedas de los valores que puede dar una línea modulada. En cuanto a la línea curva, bailo y juego con su dinamismo. Pienso que tengo cierta preferencia por lo barroco ante la elección de la curva incesante, que me permite envolver, girar, apretujar, liberar.  

 

Y en el inicio está el punto…

El punto es como el silencio, el comienzo de todo. Un silencio constructivo. El punto en el dibujo es superficial y el punto picado, el cual encontré desde hace algunos años, tiene que ver con la lógica del grabado.

 

¿Cómo fue manifestándose el cuerpo?

Al principio me interesaba lo corporal externo, aquello fuera de mí, pero que podía nutrirme. Las series Geografías de la materia y Surtidos de mimos comenzaron jugando con mis nietas a cocinar. Observaba, sobre todo, el objeto a comer: pan y masitas. El pan me subyugó por su simbolismo relacionado a la idea de compartir. En las ceremonias judías cada uno corta un pedacito del mismo pan. Me gustaba también adentrarme en su interior para apreciar la belleza de esa miga semejante a un espiral o la punta de una flauta parecida a la forma de un caracol. Después, comencé a pensar en el sistema circulatorio al mirar distintas clases de fideos relacionándolos con las venas y el corazón hasta llegar a las imágenes de apariencia celularia.

 

Lo corporal se expresa también con fuerza en la expansión de tu producción hacia la tridimensionalidad en la última década.

Pasé de la bidimensionalidad al relieve y al objeto. El marco me apretaba y el vidrio era un límite. Entonces, cuando participé en CRUDA, colectivo de arte, armé una instalación de sitio específico de papeles colgados a manera de un laberinto sintiendo la importancia del espacio real. Este interés también se vincula con mis estudios de danza porque, al bailar, uno llena un espacio con movimiento, con huellas de esos movimientos.

 

En el mismo período se observa la relevancia otorgada al tratamiento de la luz y la incorporación del dorado.

Cuando hay volumen, la luz es fundamental porque la obra perceptivamente se aplana o avanza. Las proyecciones de las tanzas componen dibujos a partir de la luz y de la sombra. Creo que elegí la tanza porque tiene memoria y autonomía –va para el lado que quiere y posee brillo propio– y al relacionarla con el papel de algodón se produce un encuentro muy interesante entre un material industrial y otro artesanal. La aparición del dorado tuvo que ver con la técnica japonesa del kintsugi, que restaura con oro vasijas rotas, y cuyo simbolismo es maravilloso: las grietas, las cicatrices, no son sólo dolor, sino que pueden embellecer el objeto dando cuenta de sus recomposiciones y experiencias vitales.

 

¿Qué te permite el trabajo con opuestos?

Trabajo con conceptos duales: superficie/hueco, positivo/negativo, bajo/alto, luz/oscuridad, brillo/opacidad. Me permiten formar un equilibro como el yin y el yan. En los últimos quince años me incliné también por el blanco y el negro, que me llevan a la síntesis de los opuestos. 

 

¿De dónde viene el corte?

El corte viene del collage. Me gustaba rasgar a mano –y no tanto con tijera o bisturí– y preparar los papeles. Aunque en algunas ocasiones, el corte al principio era láser y buscaba que coincidiera con mi dibujo, pero después me liberé de esa exigencia. Empecé a darme cuenta de que al cortar una parte y levantarla producía sombras, volúmenes, huecos, invitando al espectador a acercarse y moverse para ver qué había detrás.

 

En el caso de la palabra puede ser parte de la conceptualización de la obra durante el proceso creativo o elemento plástico. 

Sí, la palabra surgió por primera vez en las series de los panes y en Sin fin. En esta última trabajé con el braille, la infancia y el juego. Elaboré una historia acerca de una nena que jugaba como lo hace una persona no vidente. Recopilé dichos populares de la literatura oral española, que decía cuando era chica mientras saltaba a la soga. En la serie sobre el Citröen rastreé el impresionante vocabulario de denominaciones. La palabra, a su vez, es un juego más poniéndola a veces al revés o vertical a manera de jeroglífico. En otros períodos trabajé picándola, alejada de toda significación, como un grafismo más. En la poesía visual deformo los grafismos, los agrando, rebajo la tinta para lograr grises imperceptibles buscando diversos valores y grosores. Con frecuencia no dejo espacios entre las palabras aludiendo a un mantra continuo. 

 

¿El libro de artista tiene que ver con la grabadora que hay en vos? ¿Cómo aparece?

El libro de artista va más allá de mi faceta de grabadora y me permitió darme todos los permisos del arte y de la creación al recurrir a técnicas y materiales diferentes. Encontré libertad en él. Además, es un objeto que establece un diálogo entre quien lo mira, lo toca y el artista. Y cada “contemplador” puede abrirlo e interactuar observándolo de manera diferente.

 

 ¿Qué te aporta el trabajo en grupo al que recurrís a la par de tu producción individual?

Compartir es aprender del otro. Entre 1996 y 2000, un grupo de pintores nos propusimos exponer fuera de la Argentina reuniendo esfuerzos de gestión. El segundo grupo fue CRUDA, colectivo de arte, cuyas acciones tuvieron lugar en un inmueble por demoler, en 2016. Armamos un proyecto vinculado con la instalación en un espacio no formal, modificándolo con los trabajos realizados. El tercer grupo, Residencia en Residencias, se formó en los inicios de la pandemia/cuarentena por el Covid 19. Comenzamos a hacer la residencia por zoom con los materiales que teníamos disponibles en nuestros hogares compartiendo ideas, obras, deseos. El sostén respetuoso y la crítica constructiva fueron fundamentales y seguimos en el presente con varios proyectos. El grupo posibilita un enriquecimiento personal y grupal.

 

Tu labor docente durante tantos años acompañando el camino de otros artistas ¿modeló también tu obra?

La docencia modeló mi obra. Y mi producción artística impactó en la forma de transmitir, proponer y motivar. Es un ida y vuelta que amo. Dar y recibir.

 

Entre ese dar y recibir, Silvia Brewda ha logrado una producción consistente con una poética singular revitalizada en cada propuesta. Frente a ella, nos quedamos pensando en el próximo silencio constructivo que ofrecerá un nuevo encuentro con su obra. Lo aguardamos. 

 

Laura Casanovas es Licenciada en Artes, crítica y curadora